Érase una vez un hombre que trabajaba como portero en un local de alterne de su pueblo.
Un día, el dueño del local le comunicó que había decidido informatizar el registro de entradas y salidas, para hacerlo más eficiente y fiable. De este modo, instaló un ordenador en la caseta de entrada y se dispuso a enseñar al portero cómo se utilizaba el programa.
El portero le dijo:
-Pero jefe, yo no puedo manejar ese aparato. Yo soy analfabeto, no sé leer ni escribir, así que ¿cómo quiere que me apañe con el teclado?
El jefe le respondió:
-Pues si no puedes utilizar el ordenador, no eres adecuado para este trabajo. ¡Estás despedido!
El hombre se fue a su casa, meditando qué podría hacer en el futuro, ¿de qué iba a vivir? "Está bien", se dijo, "de momento, me tomaré unas semanas de descanso, y aprovecharé para hacer algunos arreglos en casa. Voy a colocar esas estanterías que nunca he puesto por falta de tiempo"
Al día siguiente se puso manos a la obra. Se dio cuenta de que no tenía martillo, así que decidió ir a la ciudad, a dos horas de distancia, a comprar uno bueno, así como unos clavos y algunas otras herramientas que le harían falta.
Al regresar al pueblo, se encontró con un vecino
- ¿De dónde vienes?"- le preguntó.
- Vengo de la ciudad, he comprado un martillo para colocar unas estanterías en mi casa.
Le mostró el martillo al vecino, quien quedó impresionado por la calidad: ligero y resistente, a la vez que fuerte, y muy cómodo de usar.
- Me encanta tu martillo, ¿por qué no me lo vendes?- le preguntó.
- Hombre, ¿cómo te lo voy a vender? ¡Si lo acabo de comprar!
- Pero tú ahora tienes tiempo libre, podrías ir mañana otra vez a la ciudad y comprarte otro. Total, ¿qué te cuesta? Te pagaré lo que cuesta el martillo, más el viaje y una pequeña comisión por tu servicio.
Nuestro hombre pensó que efectivamente no le costaba nada hacerle el favor a su buen vecino, así que al día siguiente recorrió otra vez el camino hasta la ciudad y vuelta, para comprar otro martillo. De paso, trajo también unos destornilladores, unas llaves inglesas y algunos alicates.
Esa misma tarde corrió la voz por el pueblo de que el hombre había traído unas herramientas estupendas, y varios vecinos fueron a verlas. Las vendió todas, y aún hubo gente que le pidió si podía ir a la ciudad a traerles más.
Así lo hizo, y pocos meses después se convirtió en referente para todos los vecinos. Cualquiera que quisiera herramientas acudía a él.
Como ya no podía atender toda la demanda que se había generado, contrató a un ayudante al que asignó parte del trabajo, con lo que pudo ofrecer un mejor servicio a los vecinos del pueblo.
Poco tiempo después, los habitantes de otros pueblos de la comarca también empezaron a confiar en él, ya que se había creado una buena fama en toda la región.
Unos años después nuestro hombre regentaba una cadena de ferreterías, con varias tiendas y decenas de empleados. Los clientes estaban satisfechos, ya que él seguía siendo el mismo de siempre, amigo de sus amigos, sonriente y dispuesto a ayudar.
Un día, el gobernador de la provincia visitó el pueblo, y se interesó por la historia del hombre hecho a sí mismo, que había creado un pequeño imperio de la nada. Le impuso la Medalla al Mérito en el Trabajo, y se organizó un homenaje en su honor en el ayuntamiento.
Al hacerle entrega del premio, el gobernador le pidió que firmara el diploma acrediativo, y el hombre repuso:
-Lo siento, señor. No sé firmar. Soy analfabeto.
El gobernador quedó atónito, a la vez que maravillado. ¿Cómo es posible que un hombre sin estudios, analfabeto, haya sido capaz de crear tanta riqueza para el pueblo?, se preguntó. Le dijo:
- Un hombre tan abnegado como usted merece ciertamente un homenaje. ¿Qué sería usted si hubiese sabido leer y escribir?
- Pues ahora sería portero de puticlub, señor - respondió.
MORALEJA:
Hay personas que saben aprovechar una oportunidad aparentemente adversa (como el despido de nuestro protagonista), darle la vuelta y sacar algo positivo.
La vida es como una partida de cartas; unos reciben cartas mejores, otros reciben cartas peores. Los malos jugadores son aquellos que aun recibiendo cartas buenas no las sabe jugar y las dilapidan; en cambio, los buenos jugadores son aquellos que ganan la partida, incluso con cartas mediocres.
Si la vida de ta limones, haz limonada.
No te quejes de la oscuridad; enciende una vela.