miércoles, 15 de junio de 2011

La crisis griega

Estos días los noticiarios están una vez más con el asunto de la crisis griega, la deuda externa de los países, el diferencial de crédito, y todas esas cosas.

Resulta que ese lenguaje me resulta un tanto confuso, y me cuesta asimilar lo que dicen. Así que he tratado de hacer un símil con algo más cercano, que yo pueda entender, y me gustaría compartir el resultado con los lectores de este blog.

He tratado de hacer una analogía con una economía doméstica. Supongamos una familia a la que hasta hace unos años todo le iba razonablemente bien: tenía unos ingresos regulares procedentes de ambos cónyuges, y en razón de esos ingresos fueron adquiriendo compromisos: la hipoteca de la casa, la letra del coche, el recibo de la luz y del gas, el colegio de los niños... Ningún problema, con los ingresos que entraban en casa todo se podía sufragar, y aún quedaba para salir a tomar unas gambas algún domingo.

Pero un buen día, por causas ajenas a la voluntad de esa familia, los ingresos comenzaron a disminuir. No así los gastos, que seguían su curso normal: la letra del coche había que seguir pagándola, el recibo de la luz, la hipoteca... Así que deciden pedir un crédito a un banco, "para salir de este bache, que seguro que es temporal". En paralelo, se apretaron un poco (no mucho) el cinturón: se acabaron las gambas del domingo, y los productos de marca blanca inundaron su nevera. Todo ello, sin afectar demasiado a su nivel de vida habitual.

Los bancos, que no son tontos (ya se sabe que sólo prestan dinero a quien demuestra que no lo necesita), les empezaron a pedir un interés más alto por el préstamo, "para cubrir el riesgo", decían. O sea, te prestamos el dinero, pero como podría ocurrir que no nos lo pudieras devolver, te ponemos un tipo de interés alto, para cubrir gastos si tenemos que meternos en juicios.

Llegó un momento en que el tipo de interés bancario era inasumible, así que echaron mano de familiares y conocidos. Recurrieron a los hermanos del padre de famlia, capitaneados por el hermano alto y rubio, al que aparentemente le iban mejor las cosas.
El consejo de hermanos no es que estuvieran especialmente contentos con la idea de prestar dinero a quien consideraban el derrochador de la familia, pero como tenían algunos intereses comunes (había unos terrenos propiedad de todos ellos), pensaron que la bancarrota de un miembro de la familia acabaría inevitablemente arrastrando a todos los demás, así que a regañadientes pusieron algo de dinero encima de la mesa. Eso sí, a devolver, y con un pequeño interés, menor que el que ofrecían los bancos (que por aquellas fechas ya ni lo ofrecían).

Ocurrió que el hermano endeudado cogió el dinero que le ofrecían y lo utilizó para satisfacer sus necesidades más inmediatas: asegurar que se pagaban los recibos de suministros, hipoteca, coche etc. Y es que los gastos no desaparecen de la noche a la mañana. No se pueden dejar de pagar los recibos así como así.

Y como también hay que comer se fue al supermercado a hacer la compra, a la que añadió unos helados de marca de esos caros, y galletas de chocolate de las ricas (hay que vivir bien, ¿no?), procurando que de ello no se enteraran los hermanos prestamistas.

Como los ingresos no se recuperaban, pero los gastos seguían prácticamente al mismo nivel que antaño, al cabo de unos meses estaban en las mismas. De nuevo acudió a sus hermanos, ¿podéis prestarme algo más?

Algunos de los hermanos también las estaban pasando canutas, y se debatían entre ayudar al más débil (no hacerlo sería nefasto para todos), o atender en primer lugar sus propias necesidades. Debatieron qué cantidad debían destinar a rescatar al hermano necesitado, y la discusión subió de tono cuando trataron el tema del reparto entre ellos. Al final decidieron que lo más justo era que ayudara más quien más tenía, es decir, el alto y rubio, pues para eso era el más pudiente. Éste alegó que támbién era el más trabajador, y que no se levantaba todos los días a las seis de la mañana para subvencionar a quienes tenían más vacaciones de la cuenta... pero al final tragó y accedió al reparto diferenciado.

Esta vez, el consejo de hermanos puso una condición para poder prestar el dinero. El beneficiario de la ayuda debía dar cuentas de en qué se gastaba el dinero. Ya no valía ir a la compra a por caprichos. Tendría que concentrarse en lo esencial, incluso renunciar a parte de su nivel de vida.
Tendría que renunciar a su buen coche (por el que pagaba una letra excesiva) y sustituirlo por otro más económico, de segunda mano.
Tendría que reducir el consumo de electricidad y de calefacción, disminuyendo la temperatura de la casa en invierno (incluso pasar algo de frío).
Tendría que poner dobles ventanas en la casa, para reducir aún más el consumo de calefacción.
Además -y ahí venía lo duro- tenía que comunicar a los hijos adolescentes que la paga semanal quedaba reducida a la mitad, y que encima tendrían que ayudar más en las tareas domésticas, para poder de esa manera liberar recursos. En fin, más trabajo por menos dinero.

El beneficiario debía aceptar estas condiciones de manera irrenunciable para poder acceder al crédito de los hermanos. Además debía someter sus decisiones económicas de cierto calado al conjunto de los hermanos, quienes autorizarían -o no- el gasto económico.




¿Cuál es la similitud con la situación de los países europeos?

El hermano con problemas económicas es Grecia (eso en este momento, pero podríamos hablar de Irlanda, Portugal,... ¿España algún día?)

Los bancos que primero prestan el dinero a un tipo de interés alto, y luego ya ni lo ofrecen, son "los mercados", en terminología del telediario;

El Consejo de Hermanos es el conjunto de países de la Unión Europea. El hermano alto rubio es, obviamente, Alemania, a quien se le pide que tire del carro de todos.

Los intereses comunes son muchos y muy variados, pero fundamentalmente el euro como moneda común. Debido a esos intereses comunes, se ve claro que si Grecia se declara en bancarrota, todos los países miembros de la UE se verán afectados negativamente.

La reunión de hermanos decidiendo cuánto dinero aportar, y cuánta cantida debe aportar cada uno, tiene un calco en las reuniones al más alto nivel entre los dirigentes de los países afectados, y también con otras instituciones (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, etc) para decidir exactamente eso: cuánto aportamos cada cual, en qué condiciones, etc.




Poner dobles ventanas equivale a eso que se llama hacer reformas estructurales, es decir, invertir dinero para lograr reducir los gastos corrientes (la calefacción). Claro, lo complicado es ponerse a hacer estas reformas cuando no hay ni para comer. Y entonces se dice que el país en cuestión no ha hecho los deberes a tiempo.

Las condiciones impuestas de control de gasto se corresponden con lo que se llama intervención. Se le ha dicho a Grecia: si quieres que te prestemos dinero, debes reducir tu nivel de gasto (ya que tus ingresos no parece que se vayan a recuperar). Debes recortar en Sanidad: si hasta ahora cada pediatra atendía a una población de 400 niños, ahora deberá atender a 600, con lo que tendrá que trabajar más horas. Y además, le vas a decir que le quitas los complementos, que le suponen al buen médico un pellizco de sus ingresos mensuales.

Todo eso se lo tienes que explicar a los hijos adolescentes, que son:

1) el médico al que le vas a asignar más pacientes y le vas a reducir los ingresos, con el riesgo de que se te ponga en huelga y te quedes sin servicio sanitario

2) el médico interino, al que le vas a decir que se acaba su contrato en prácticas y se vaya al paro.
3) los padres de los niños, quienes deberán asumir que a partir de ahora habrá más listas de espera, ¡que sean pacientes!

Y lo mismo harás con la educación, con las fuerzas armadas, con las pensiones... en definitiva, vas a recortar los servicios sociales.

A los funcionarios, como a los hijos adolescentes del ejemplo, les vas a contar que trabajarán más horas, y que les vas a reducir el sueldo un 5%, que todos tenemos que apencar.

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